lunes, 22 de diciembre de 2014

ÍCARO

     Siempre me ha llamado mucho la atención del mito de Ícaro. Ese joven al que su padre le construyó unas alas y que quiso volar tan alto que el sol las derritió, cayó al mar y evidentemente se ahogó. Ésta siempre me ha parecido una historia incomprensible, y el joven Ícaro un tanto gilipollas. Pero el tiempo nos pone a cada uno en su sitio y tanto despotricar de él (que no es que me haya pasado la vida hablando cada cinco minutos de esta historia, pero si ha surgido el tema lo he puesto fino, lo confieso.) Y ahora resulta que lo entiendo perfectamente, el sol es tan radiante, con ese brillo, Sé que deslumbra y que así me acerco mucho me puedo terminar quemando, pero hay una fuerza incontrolable que me acerca hacía él, me atrae, me absorbe. Y qué puedo hacer yo sino quemarme.
    Evidentemente no me atrae la idea de abrasarme como San Lorenzo o de caer desde tan alto y escamocharme contra el océano.  Pero que puedo hacer yo, oh endeble y vulnerable mortal contra los designios de los dioses.
     Ayer una amiga me dio una solución, no creo que sea muy efectiva, pero desde luego es la mejor que tengo hasta ahora. "Vuela despacio, con gafas de sol y un protector solar 3000" Entre tanta duda sin darme cuenta, ya había terminado mis alas y me dispongo a emprender el vuelo. Quizá si vuelo de noche, mientras el sol duerme...


   
   
   

No hay comentarios:

Publicar un comentario